sábado, 30 de junio de 2018

Muñeca en la vitrina .Delia Quiñonez

Muñeca en la vitrina.Delia Quiñónez 

No sé desde cuándo
el mundo empezó a crecer
frente a mis ojos
a derramar imágenes
a multiplicar siluetas.

No sé desde cuando
el vestido que llevo
empezó a impregnarse
de sueños ajenos,
de sonrisas lejanas
e inconclusas promesas.

Nada hay en mí
en donde pueda asirse
el más mínimo recuerdo
ni átomo que transgreda
la incesante quietud donde mis ojos
y mi cuerpo
se hilvanan con la nada.

Me dejaron de pronto
en medio de un desierto
poblada de signos invisibles:
apenas un rictus huidizo
que juega a ser sonrisa,
un remanso de color inventado
en las pupilas
y en la piel
-sin aroma-
una ausencia terrible
de inquietudes.

No sé desde qué
punto del planeta
encarné en esta envoltura
exenta de pecado
y de los más dulces jugos
con que el cuerpo alimenta

su fugaz recorrido.

Me dejaron al margen
del gozo sensual de cada día
y hurtaron de mi piel
la sacudida ancestral
donde se amarra
la vida con la muerte.

Estoy aquí
-mirando sin mirar-
recorridos vacíos de señales,
tropiezos, gestos sin historia,
renovados laberintos
donde la gente y los autos compiten
con la lógica fría
de un semáforo en rojo.

Estoy aquí
-oyendo sin oír-
las voces absurdas de los cláxones
el llanto inerme de los niños
la frívola substancia del negocio
el susurro
la palabra soez
la cita presentida
El ahogo indeleble del que pide
o despoja por hambre.

No sé desde cuándo
fabricaron mi sombra
ni la aureola de sueño
-familiar y apacible-
que circunda mi frente;

Ni en qué turbio momento
amarraron al tiempo
y a mi cuerpo sin vida
sin fragancia
sin sangre

a todas las mujeres de la tierra.

Estoy aquí
-mirando sin mirar-
a las niñas que suspiran
por mecerme en sus brazos
renovando el sarcasmo
de las cortas ideas y los largos cabellos.
Sin embargo
la fábrica
no me dió las lágrimas
ni la ira
para llorar con ellas
esta afrenta de siglos.

Desde mi mundo
irremediablemente inverosímil
rodeada de abalorios
y amigos sin raíces
Me aferro al tiempo
sin saber que existen los relojes
y miro sin mirar
-en mi vitrina-
el viejo péndulo que
amarra la palabra
de

este cuerpo sin alma

que solloza.